Llegue a Paris un día bien peronista de Mayo de 2019. Lejos de la clásica “mano detrás y delante”, mi caso fue particular. Digamos que pisé suelo galo con un normal y previsible nerviosismo por tal cambio, pero como se dice coloquialmente “con la valija llena de ilusiones”. Y siguiendo el hilo de la metáfora, vale decir que con un ego y una soberbia que las hice llegar en un barco porta contenedores. Quien me puede culpar? Mi vida estaba acomodada, y profesionalmente había tenido mucha suerte en Argentina, que evidentemente me confundió al punto de creer que incluso, sin francés, me comía el mundo. Importante: Mi nivel de francés entraba (y cómodo) en el bolsillo más chico de la mochila.
“Esto es simple.. me meto en un intensivo de francés en Sorbonne hasta diciembre, y en enero busco trabajo, si es que no me buscan ellos antes a mí, je” (nota de autor: que gil!)
La cuestión es que a los 15 días, y ya inscripto en esas clases maratónicas de lunes a viernes, mañana y tarde, empecé a sentir que tenía que generar dinero (afortunadamente no por necesidad, sino por orgullo).
Ansiedad, pensamientos negativos, y una serie de auto exigencias que me hicieron recalcular. Empecé a buscar trabajo de lo mío, clásico empleo corporativo, y si se daba, largaba el curso y ya.
No se dio un carajo.
Solo me llamaron para ser recepcionista de un hostel, a la vuelta de Montmartre, los fines de semana, por las noches. Y acepté. Una experiencia increíble que, si bien no contribuía en nada a mi auto realización (ya con respirador artificial), sí lo hacia en términos de conocer gente y otras culturas. Fue para mí algo inolvidable.
Así y todo, cada noche en mi cabeza tenia el grillito que me hacía preguntas: “para que carajo te fuiste?”. “Como podes haber pasado del puesto que tenías en Buenos Aires a recepcionista de hostel?”. “Entendes que desde la explosión del Apollo 13 nunca nada cayó tan rápido?”
Por suerte en casa estaba con Josefina, que tenia palabras justas para anestesiar dolores y, por sobre todo, fue la razón para nunca sentirme solo.
En el medio también fui traductor de Francés para unos españoles que estaban haciendo una obra en Paris (me referenció el inconsciente de mi hermano, que no da puntada sin hilo, con lo cual imagino que querría que lo rajen). Mi francés era un b1 con viento a favor… claramente lo mío era mas actitud que aptitud.. un chimpancé estaba mas capacitado para resolver el sudoku de clarín que yo de transmitir los mensajes precisos.. no se si me explico. La obra hoy sigue en pie… entonces, de acuerdo criterio bilardista, lo hice bien.
Al año, y en plena pandemia, conseguí trabajo en Barcelona, de lo mío, pero eso ya lo dejo para el siguiente capítulo, solo spoilear una cosa:
Organizando la mudanza a España, redistribuí mejor los bultos… esta vez, en el container mudé aprendizajes, experiencias, vivencias, recuerdos y nuevos conocimientos sobre mí mismo. La soberbia y el ego, afortunadamente (aunque no sin dolor), los perdí en el camino.



