Pido perdón por un posteo que la baja bastante. Pero prefiero ser sincero y hablar con mi verdad en la mano. Y aunque lo que sigue suene a relato de autoayuda o declaración sensibilidad personal que no viene al caso, creo que puede ayudar a más de uno (o al menos a eso aspiro), a visualizar una arista más de las tantas que componen la complejísima experiencia de tomar la decisión de emigrar.
Pleno 2002, “caí” en Olot por accidente. Tenía 19 años, estudiante de Ciencias Políticas, en plena crisis política y social Argentina (cuak), impulsado, desde luego, por mis padres, siempre ellos con un ojo en el primer mundo y otro ojo en bananalandia. Mis viejos, desde luego bienintencionados, me regalaron un pasaje sin retorno a Roma para ir a conocer a supuestos parientes italianos, quienes posiblemente me darían una manito para salir adelante y huir de este nido de ratas al que daban en llamar a Argentina.
La idea era buscar nuevos rumbos, salir de Sudamérica como sea y, por fin, vivir en Europa, donde la vida es vida. Yo compré el discurso, loco por ese motor adolescente de conocer el mundo, viajar en solitario, sin pensar prácticamente en nada más.
Una vez en aterrizado en el viejo continente, por esas vueltas del destino, me robaron en un tren y terminé recalando en Barcelona. Algunas noches durmiendo en la calle, hasta finalmente dar con el paradero de un argentino de gran corazón residente en Olot, que me brindó alojamiento allí, un hermoso pueblito entre volcanes de 35 mil habitantes, escondido en medio de la comarca de la Garrotxa, a unas 2 horitas de Barcelona en coche, y aún más cerca de Gerona ciudad. Una postal por donde se lo mire.
Santafecino yo, con ínfulas reminiscentes de llegar a ser un universitario reconocido, estudiado en Buenos Aires y soldadito de clase media acomodada, mis aspiraciones en Europa serían, desde luego, altas por aquel entonces. Y si bien llegué a tener 3 trabajos en simultáneo entre boliches, bares de tapas, restaurante de lujo y fábrica de filtros de piscina, siempre tuve claro que eso de andar lavando copas, poniendo tuercas o fregando pisos, sería algo pasajero no más; el paso intermedio al Edén, ponele.
¿Pero cuánto más tenía Olot para ofrecerme? En realidad, no mucho, pero a eso lo dimensioné con los años.
Olot en sí mismo es, reitero, precioso. Clima fresco como a mí me gusta, a pocas horas de playas mediterráneas y de centros de esquí (que no llegué a visitar nunca porque me la pasé 4 años meta y ponga, ahorrando, entre bares, boliches y propinas). Gente buena y sin rodeos. Comida excepcional. Y debo reconocerlo… ser argentino, joven y eso… sumaba mucho en aquel entonces para algunas cosas.



